La Navidad no es un aniversario, ni un recuerdo. Tampoco es un sentimiento. Es el día en que Dios pone un belén en cada alma. Es el día en que la gloria del Señor, como a los pastores, nos envuelve de claridad. En aquel Niño acostado en el pesebre, Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da a sí mismo como don y se priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor. La luz de Belén nunca se ha apagado. Ha iluminado hombres y mujeres a lo largo de los siglos, ?los ha envuelto en su luz?.
Dios que se hace Niño, para que ¡nosotros, pecadores! podamos tocar a Dios ¡Como para volvernos locos! ?En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo?, leemos en la segunda lectura de hoy. Los profetas nos anunciaron el amor y la misericordia de Dios; pero este anuncio se queda pequeño ante la realidad, ante el misterio que celebramos hoy. Como no hay palabras que puedan expresar esta realidad del amor desbordante de Dios: ?La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros?. Se hace, así, visible el amor de Dios y la vocación del hombre: compartir la vida de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana (Oración colecta).
En Cristo vemos cara a cara al Señor. Y cantamos al Señor un cántico nuevo (salmo responsorial). Nuevo porque en Cristo, con Él y en Él, podemos amar, alabar y dar gracias de un modo nuevo, porque nuestro amor y alabanza son las de Cristo. Esta es la Palabra de la Encarnación: el mayor don de Dios, porque en Cristo – Verbo encarnado – Dios se nos da. Con un amor y entrega incondicional. Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo. En reconocimiento de este misterio nos pondremos de rodillas en el Credo. Este es el misterio de la vida de Dios que se hace visible: el amor y la entrega incondicional, el don gratuito de sí mismo. Que espera la respuesta de nuestra libertad. Por esto ?cuesta? conocerle y recibirle, por esto los suyos no le recibieron. Porque amor con amor se paga. Porque nada compromete tanto como saberse amado.
Recibir a este Niño significa subordinar todo – la vida misma – a la verdad y al amor. Porque es el amor lo que le lleva hasta Belén. Nos decía San Juan Pablo II, cómo para poder amar de verdad conviene desprenderse de todas las cosas y, sobre todo de uno mismo, dar gratuitamente. Esta desposesión de uno mismo es fuente de equilibrio. Es el secreto de la felicidad. El secreto del amor: desprenderse de todo, sobre todo de uno mismo: criterios, gustos, tiempo, planes? ¡desvivirse! Es la paradoja: para ganar la vida hay que perderla. Esta es la lección de Belén: Dios ?se despojó de su rango? mostrándonos el camino: olvidarse de uno mismo. Se humilla para exaltarnos a nosotros. Esta es la victoria de nuestro Dios, que contemplan los confines de la tierra.
Esta es la decisión de la Navidad: reconocer en ese Niño la verdad del amor de Dios. Acogerle es dejarse transformar por Él. Transformar nuestra vida según la suya.
Que nuestra Madre, la primera en conocer y recibir – en toda su vida – este misterio escondido en Dios, nos ayude a reconocerle y recibirle en nuestra vida.
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